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En sus primeros momentos macegos Chus portaba en sus palabras cierto acento
del norte y eso unido a la novedad que siempre significaba la llegada de
alguien nuevo al pueblo, provocó que en la plazoleta donde se reunía la
chavalería tuviese a su alrededor alguien dispuesto a escucharle, no porque él
fuese charlatán, sino por oír sonidos a los que no estaban acostumbrados. Las
niñas formaban corrillos para comentar entre ellas los pormenores de su
aspecto: su corte de pelo, esa media melena que ningún otro chico del pueblo se
hubiese atrevido a lucir, esos vaqueros recortados mostrando los incipientes
vellos de las piernas y esos ojos redondos y negros como las entrañas de los
pozos de mina. No sucedía lo mismo en el colegio, donde sus compañeros le daban
de lado, porque notaban en él algo extraño, tenía doce años y aún estaba en
quinto de EGB y además apenas hablaba con ellos, procuraba siempre colocarse en
algún lugar donde los demás no le molestasen, y esa forma de hablar tan rara
pronunciando las ces y las zetas a su debido tiempo, y sobre todo las jotas,
que al tratar de remedarlo algunos de sus compañeros se dejaban media garganta
en el intento, provocando la risa generalizada del resto de la clase. Chus
estaba acostumbrado porque desde que pisó Andalucía por primera vez siempre le
ocurría lo mismo, pero él no tenía por qué cambiar, que se acostumbrasen los
demás a su forma de hablar.
-Quién es el nuevo?- preguntaba MR.
-Hijo de un guardia me parece –contestaba JK.
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