Siempre al borde del camino, siempre ofreciéndonos sus ramas
para cobijarnos en los meses de estío, con sus caprichosas formas que hacen
albergar aventuras de gnomos, driades y otros seres imaginarios dispuestos a
hacernos pasar un buen rato. Ellos están ahí, tan callados, tan perennes, tan
ajenos a la malicia humana, y eso que por sus hojas nos dan la vida, pero así
somos, incapaces de saber valorar lo que tenemos tan cerca. Merecen tanto
respeto que parece imposible que cada verano mueran cientos de ellos. Ahora que
estamos en tiempo sereno es el momento adecuado para reflexionar y pensar las
medidas adecuadas para que nuestros bosques sigan floreciendo por nuestro bien
y el de toda nuestra descendencia.
Feliz 2018
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